UN ENTIERRO DE PALABRA
- Como la mayoría de los de León, soy un hombre de palabra.
Don Matías hablaba escudriñando de arriba abajo a su futuro yerno justo un mes antes del día en que este daría el sí ante el altar. Carmen, la más pequeña de sus cuatro hijas, rompiendo la tradición que hasta ese día habían cumplido escrupulosamente sus hermanas iba a casarse con Pepe un muchacho alto, moreno y guapo, pero sobre todo malagueño. Y esta era la cuestión que más preocupaba a Don Matías quien había hecho todo lo posible por que sus otras hijas se casaran con hombres nacidos en los pueblos de los alrededores.
- - Yo aunque seas andaluz – continuó el viejo – voy a darte mi voto de confianza. Si a mis otras hijas les he comprado a cada una su casa, vosotros no vais a ser menos. Nada de alquileres que a mí el dinero no me falta y lo hecho por tres también lo puedo hacer por cuatro.
Pepe, a pesar de su carácter dicharachero no era capaz de decir una sola palabra, Carmen su novia, ya le había advertido del mal humor de su padre y que nunca, bajo ningún concepto se le podía contradecir.
- - Ahora, de la misma forma que yo te doy mi palabra de que mientras yo viva no os va a faltar de nada, quiero también tu palabra, la misma palabra que en su día exigí a cada uno de mis otros yernos.
- - Usted dirá……..yo por cumplir, lo que usted mande – dijo Pepe intrigado por lo que su futuro suegro le podía pedir.
- -Yo soy un hombre a quien le gusta mantener las tradiciones- le dijo el viejo- si por algo se me conoce en el pueblo es por eso. Pues a lo que vamos, quiero que el día que yo me muera, entre mis cuatro yernos llevéis sobre vuestros hombros mi ataúd hasta el cementerio.
Pepe, estiro su brazo sin dudarlo y estrecho con fuerza la mano de Don Matías.
- - Tiene usted mi palabra – pensó que tampoco era tanto y además recibiría mucho más a cambio por seguir una tradición.
Con un gesto tan simple, la nueva pareja pudo aposentarse y vivir en una casona enorme a las afueras de la ciudad. Durante los meses que siguieron, Pepe llego a hacer buenas migas con su suegro, a este, de un carácter duro pero a la vez socarrón le costó poco descubrir los entresijos del carácter andaluz, tampoco a Pepe le fue difícil llegar a descifrar aquel humor negro y sutil con el que respondía su suegro ante cualquier cuestión.
No pudo conocerlo mucho más ya que el anciano murió de repente poco antes de que se cumpliera un año de la boda.
Siguiendo la tradición, el difunto fue preparado en su propia cama y en la casa del pueblo y ante el inmenso dormitorio fueron desfilando familiares, amigos y vecinos venidos de la mayoría de los pueblos de los alrededores. Cuando Don Matias fue colocado en el ataúd y este cerrado, Pepe observo consternado como llegaba un coche de la funeraria.
- - Pero – dijo en voz alta para que lo oyeran el resto de los yernos – yo tengo entendido de que todos dimos nuestra palabra de que lo llevaríamos a hombros hasta el cementerio.
- - Este andaluz es tonto o ¿se lo hace? – oyó decirse uno a otro entre los cuñados- no sabes tú que el cementerio del pueblo queda a tres kilómetros cuesta arriba.
De nada sirvieron sus quejas ya que cuando se dio cuenta el ataúd ya estaba colocado dentro del coche fúnebre. Y así fue como salieron de la casa, en primer lugar el coche de la funeraria seguido por la estrecha carretera de una hilera de coches que parecía fueran en procesión. Pepe los seguía casi en último lugar, desconcertado y con un amargo sabor de boca, fue empezar a subir la cuesta que comenzó a salir una enorme humareda del coche funerario.
- - Este coche no tira – dijo ya fuera del coche el conductor.
- - Pues llame y que traigan otro – fue la respuesta de Andrés el yerno casado con la hija mayor.
Pareciera que un ser superior se hubiera confabulado con Don Matías ya que no hubo forma de conseguir un coche fúnebre de sustitución, así que no quedo otra que coger el ataúd entre los cuatro yernos y subir en aquella calurosa tarde de julio poco a poco y despacito camino del cementerio. Mientras Pepe, acostumbrado a esos quehaceres como antiguo costalero, se reía para sus adentros al compás de una risa burlona que parecía filtrarse a través de los arboles camino del cementerio.
*Escrito el 10 de mayo de 2017 para otra convocatoria.
Sin duda no debemos cumplir aquello que se promete ..sino puede que se pague más tarde ...Me gustó el relato , además se vio como el yerno que menos confianza tenía Don MATIAS fue el único que quiso cumplir su promesa..
ResponderEliminarUn abrazo y muy feliz resto de semana.
Es mejor cumplir la tradicion que tener al viejo recriminandote en sueños,jaja Muy buena historia . un abrazo
ResponderEliminarEs genial. Y me encantó que Pepe se ofreciera a cumplir su parte del trato y al final tuvieran que llevar el ataúd a cuestas entre los cuatro.
ResponderEliminarUn besazo, Molí, y feliz día
Cuantas promesas se hacen para después de la muerte y luego no se cumplen, me cae biena mi ese Pepe el costalero. Un abrazo
ResponderEliminarYa van algunas entradas con el "temita". Menos mal que esta no es lúgubre.
ResponderEliminarBesos.
Ja,ja,ja...bueno, pues al final el hombre se salió con la suya y Pepe se quedó tranquilo por no haber faltado a su palabra. Buen relato.
ResponderEliminarMuchas gracias por participar!
Un beso
Se confabuló el destino y la mecánica del coche para que D. Matías fuera a hombros de los yernos. Divertido relato.
ResponderEliminarBss.
Es curioso como el castigo se cebó con los tres que incumplieron la palabra dada, el cuarto yerno llevaba la penitencia de oficio, como cumpliendo un deber, y lo mas importante también su palabra. Un abrazo.
ResponderEliminarApenas comenzar supe que ya lo habia leido jeje. Pero.bien vale la reedición. Un abrazo
ResponderEliminarY el yerno que no hubiera sido elegido por el suegro, fue quien puso empeño en cumplir con la promesa. Y resultó el más capacitado para hacerlo.
ResponderEliminarQue bien contado.
Un abrazo.
la tradición manda. No hay excusas. Muy bueno
ResponderEliminarUn abrazo