Nadie cuestiona la danza que hace una hoja cuando cae, sin embargo, el dibujo que traza en el aire,
asociado al movimiento libre, es danza; tampoco la hoja necesita música, pero su aleteo en el viento tiene un ritmo. La naturaleza tiene ritmo, casi imperceptible en algunos, como la degradación de una piedra, y observable en otros, como el aleteo del picaflor. ¿Quién no queda embelesado ante el dibujo que él hace en su vuelo? ¿Podría hablarse de la danza del picaflor o la libélula?
Desde que recuerdo soy una persona con discapacidad motriz. Desde que recuerdo se me privó del movimiento por no ser “normativamente apta” para las actividades físicas. Más también recuerdo la inquietud en mi cuerpo de niña, el bailar en una silla de ruedas durante los largos meses de recuperación después de una cirugía, el deseo, como toda niña, de ser bailarina y la frustración de no poder serlo, ni siquiera intentar danzar porque mis movimientos no iban a pertenecer nunca a lo aprendido en una academia. De a poco, mi inteligencia emocional fue anulando todo lo que no parecía posible, y me fui convirtiendo en una adolescente sedentaria, respetuosa y admiradora de lo académico hasta el límite de dejar de escuchar a mi cuerpo. Caía en una profunda tristeza y soledad cuando estaba en fiestas y me tenía que quedar sentada viendo a todos bailar.
La anulación del cuerpo se asemeja a la anulación del yo. Somos un cuerpo y una mente, y se necesita guardar un equilibrio. No es lo mismo que una niña elija el “no movimiento” a que se lo anulen o quiten por cuestiones físicas. Donde hay represión del deseo nunca se puede sentir plenitud ni la expansión del ser. Así crecí, no siendo exitosa a nivel académico, porque mi esencia estaba en el movimiento libre, algo negado desde la ciencia médica, las ortopedias, la sociedad y lo más esencial, desde el núcleo familiar. Crecí con una gran carencia, y una tristeza que rayaba en el victimismo. Lo que no sabía aún que todas esas sensaciones se esfumarían cuando llegara a mi vida el movimiento.
En el 2008, ya había perdido mi autonomía para caminar, pero estaba adaptada totalmente a mi nueva vida con muletas y ortesis. En una clase de cerámica, llega a mi vida la palabra “danzaterapia”, y la posibilidad de probar en el Teatro Argentino de La Plata, en un programa de arte inclusivo. Las clases eran los miércoles a la mañana, y allí me apunté. Recuerdo que la primera clase usaron tambores y se trabajó sobre el ritmo. Cuando comencé a danzar, fue como si mi cuerpo hubiera danzado toda la vida, durante la hora de clase mi cerebro, que me hablaba siempre de “lo aprendido” y del “como debía ser”, no participó. Sólo era cuerpo y movimiento. Recuerdo que la maestra, que daba la clase, quedó sorprendida con mi danza. Ese día fue el inicio de una vida conectada con el arte y el movimiento. Ese mismo año conocí a María Fux, la creadora de la danzaterapia en Argentina, y comencé a viajar a su estudio a tomar sus clases tres veces por semana. Mis movimientos eran cada día más fluidos, toda mi postura física y mi postura ante la vida iban cambiando. Los cambios eran notorios. El movimiento físico iba moviendo también ideas anquilosadas sobre lo que es ser una persona con discapacidad. Iba recuperando mi deseo, mi cuerpo y sacándome estigmas. Me animé a tomar clases de danza contemporánea. Aprendí que una cuando danza se desnuda, es esencia. Lo académico, a veces, hace que el artista pierda la frescura para transmitir su arte. Danza desde la teoría, yo danzo desde lo que me provoca la música en mis fibras más íntimas. Durante mucho tiempo tuve un velo en los ojos y no podía percibir la danza en lo más simple de la naturaleza, o en una persona totalmente privada del movimiento pero que danza con las pupilas al mirar las ramas alborotadas por el viento. Todo tiene movimiento, hasta lo más estático. Donde hay movimiento hay ritmo, y donde hay ritmo, hay danza. Sólo hay que descubrirlo.
La libertad no vive en la academia.
Con cuánto arte y sentimiento nos has narrado todo ese talento expresivo acumulado, Diana. Gracias por compartir y dar a conocer ese mundo de danzas que felizmente lograste descubrir. Me alegra que te sumadas a nuestros jueves, compatriota. Un abrazo desde Rosario
ResponderEliminarEs cierto que la danza es algo más que mover las piernas, que todo tiene movimiento. Que bien has descrito el proceso de tu descubrimiento. Felicidades.
ResponderEliminarQué maravilla de historia. Somos movimiento, como bien dices, está implícito en la naturaleza y negarlo, es negar parte de lo que somos.
ResponderEliminarQué bonito encontrar ese camino y vivirlo con esa intensidad.
Abrazos.
la magia humana de sentir dueños del espacio de flotar por encima de las dificultades añadido al espíritu de superación hace que hayas sido un ejemplo encomiable para todos Un abrazo
ResponderEliminarUn viaje largo con final feliz, que tampoco es finsl, pero desde luego, lo mejor es el viaje.
ResponderEliminarabrazooo