EL RELOJ DE LA FAMILIA TELERIN
Ya no le hacía
gracia aquella cancioncilla, aquel sonido que hasta una semana antes la atraía como
un imán hasta la pantalla grisácea del televisor. Vamos a la cama, que hay que descansar…… una melodía que era el
preludio del fin del día porque ni a Puri que estaba a punto de cumplir los
nueve años ni sus dos hermanas mayores
de doce y diez contaban con ningún privilegio en eso de quedarse un ratito más
ante el luminoso aparato, minutos después, la aparición de los dos rombos daban
el pistoletazo de salida hacia sus camas.
Desde hacía algo
más de un año, que su único deseo estaba centrado en aquel reloj de juguete,
era este un pequeño artilugio mágico el cual tenía el don de mostrar una a una
las imagines de cada miembro de la familia Telerín. Toda una vuelta a las
manecillas y aparecía Cleo, después Tete y así hasta ver la cara picarona del
pequeño Cuquin.
- - Anda mama cómpramelo…..-
decía después de un buen rato embobada ante el quiosco del señor Manolo.
- -Que ya te he
dicho que no .- respondía su madre con una pose que no dejaba lugar a dudas de dejarse convencer.
- - Anda, si Anita
tiene uno……
- - Si pero Anita
solo tiene un hermano y vosotros ya sois ocho.
Esa era una de
las cosas que Puri no lograba comprender, porque en casa de su amiga Anita solo
los había visitado dos veces la cigüeña y en su casa no había año que no los
visitara.
- -Desde luego, tu siempre
caes de la parra – fue el comentario de Tere su hermana mayor quien parecía saberlo
todo.
Todo sucedió
como en una pesadilla, Puri se levantó medio dormida siguiendo unos terribles
sonidos que salían de la habitación de sus padres. Nunca supo si fue el miedo o
la desolación que recorría por su cuerpo ante algo inusual vivido entre el
sueño y la vigilia. Cuando abrió la puerta y los vio a los dos desnudos, moviéndose compasadamente y después de forma rápida, cuando vio aquella expresión de placer en sus caras, sintió sin duda que aquello no podía estar
bien y que lo que hacían sus padres no podía ser más que un pecado y de
los gordos. Cerró la puerta y corrió desesperada a explicarle lo que acababa de
ver a su hermana mayor.
Aquella noche
comprendió, él porque del malestar continuo de su madre, de sus barrigas
infladas o vacías, que los niños no venían en el pico de una cigüeña. Y en su “caída
de la parra” sintió la desconfianza, el miedo y la vergüenza. Ahora sabía que
nunca tendría su deseado reloj, porque sus padres no dejarían de pecar y cada
vez serían más hermanos. Y con todos estos descubrimientos empezó a odiar a la
familia Telerin y la hora en la que a todos los enviaban a dormir, cada día a
las nueve de la noche.
Hmm, no estoy muy segura, Molí, pero tengo un vago recuerdo de esos personajes, seguro no estuvieron en mi infancia, pero en algún momento de mi vida supe de ellos.
ResponderEliminar¿Qué decir ...?, dentro de todo, a tu protagonista le fue mejor que a mí, que me enviaban a cama a las seis de la tarde.
Bueno, las cosas deberían fluir de forma natural para los pequeños, no en algo tan dramático y traumático, pero no es tan importante como lo es en cómo lo resuelves.
Excelente relato, Molí, un beso
Vaya, ese reloj le estropeó la niñez. Un precio alto por no conformarse sin él. Si es que ese programa era la excusa perfecta para los padres.
ResponderEliminarUn saludo.
Yo pensaba que al final tendría el reloj...
ResponderEliminarUn beso.
Una experiencia nada sencilla de digerir la que tuvo que pasar la pobre. Es comprensible que se haya sentido totalmente desconcertada al descubrir la verdad del tema de la cigüeña 😊 .un abrazo
ResponderEliminarMe acuerdo perfectamente de la familia Telerín y de los dos rombos. Es una pena que nunca pudieran comprarle ese reloj, aunque la idea que se le quedó en la cabeza a la niña de que sus padres pecaban por tener relaciones sexuales no me parece que le hiciera mucho bien en el futuro.Si en aquellos tiempos sus padres hubieran conocido y utilizado algún método anticonceptivo,seguro que le hubieran podido comprar el reloj.
ResponderEliminarUna excelente historia.
Muchas gracias por participar!
Un beso
cuanto me acuerdo de verlos, eran una monada.
ResponderEliminar¡Hola! Ya dicen que la curiosidad mató al gato, o a la inocencia.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Y quien no conoce a la familia Telerin? Si hasta los niños de ahora también los conocen, imposible olvidarnos de ellos que marcaron unos años con su despedida del dia.
ResponderEliminarQue pena que no tuviera su reloj.
Me ha encantado tu entrada MOLI.
Besos enormes.
Los estragos de la mentalidad procreativa de tiempos pasados que definía a la mujer por su papel de procreadora y al hombre como semental.
ResponderEliminarBien narrado desde el punto de vista de una hija.
Yo creo que también los recuerdo o su mención.
ResponderEliminarVaya descubrimiento, un poco traumático.
Bien contado.
El reloj te ha permitido contar lo verdaderamente interesante de esta historia, el descubrimiento de un engaño, el ver a los padres haciendo algo que en aquel tiempo se consideraba pecaminoso a causa de las siempre erróneas ideas religiosas que imperaban. Yo te confieso que una tarde de siesta oí ruidos en la habitación que usábamos como comedor y vi a mis padres jugando desnudos, me retiré rápido porque intuí que era algo privado pero nunca pensé que fuera pecaminoso, para mí, mis padres estaban por encima del mal y solo vi un juego.
ResponderEliminarUn beso
Pobrecita se quedó sin el reloj y con una idea del pecado un poquito distorsionada, pero así era entonces, todo tabu y poco diálogo. El reloj dejó su huella.
ResponderEliminarBesos.