LA MANO QUE DA LA MONEDA
“ La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba;
la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo” EDUARDO GALEANO.
Cuando miro hacia atrás y me veo entre trencitas y coletas, veo también la
imagen de Lola ayudando a mi madre en los quehaceres de la casa. Por lo que
pude conocer, Lola entro en mi casa en un crudo invierno en el que a mi madre
con las manos llenas de sabañones le diagnosticaron un problema en el riego sanguíneo
y le prohibieron tocar el agua. Lola vino para ayudar, sin pedir mucho aunque
ella madre de seis hijos era el puntal de su casa.
A la par que Lola, cada año irremediablemente aparecían los chinitos en el
colegio, nunca entendí porque se les llamaba así a aquellas huchas que
representaban la cara de un niño negro y que a mí me daban un cierto repelús,
llegaban los días en las que las niñas más ricas de la clase competían por
poner el mayor número de monedas posibles en la hendidura que el negrito tenia
justo en la cabeza.
En casa no éramos ni pobre ni ricos y la palabra caridad cristiana no
significaba mucho cuando el ir a misa era una cuestión de obligación y no de
creencias. Pero yo si creía en las palabras de doña Josefa:
-
Niñas a ver si esto se anima, que hay que recoger dinero
para bautizar chinitos, no sabéis que si mueren no estarán bautizados y se
quedaran en el limbo……
Entonces las más ricas y sus familias hacían aportaciones más generosas mientras
yo ponía algunos patacones en la hucha, mientras ellas sonreían de
forma socarrona.
Lola continuó viniendo a mi casa y a la de mis abuelos siempre que había que
lavar a mano, o a enjalbegar, o a cuidarnos a mí y a mis primas, o a lo que se
terciara porque si no había trabajo se inventaba. Lola pasó a ser una de las
mejores amigas de mi madre y de mis abuelos y de mis tías, no había acontecimiento
en el que ella no estuviera presente, hasta que un día, harta de pasar fatigas
emigró con los suyos hacia Barcelona.
Años después, fue mi propia familia la que emigro a esa ciudad magnifica.
Nuestros inicios fueron duros, todos vivíamos hacinados en una habitación hasta
que encontramos un piso que pudiéramos pagar. Adaptarse fue difícil aunque para
mi con solo once años no lo fue tanto, ya se sabe de la gran capacidad de los
niños para adaptarse a los cambios.
Suerte que cerca de nosotros estaba Lola, con su sonara risa, con sus
conversaciones, con sus chascarrillos, compartiendo mesa y momentos, ayudando a
buscar piso y trabajo, una amistad que duró hasta que ella se fue para siempre.
No sé por qué, pero desde aquello de las huchas de los chinitos, siento un
nudo cada vez que alguien extiende su mano pidiendo monedas. Me siento mal,
terriblemente mal, veo que no es una situación ni equitativa ni justa, tanto para ellos como para mi.
Muy bien tu historia.
ResponderEliminarEl unifome que luces en al foto es muy parccido al que yo lleve en mi adolescencia.
Graciasv por compartir. besos.
Muchas gracias por tu comentRariario. La foto esta sacada de internet, yo no salgo en esa foto, la elegi porque hay toda una muestra de huchas de aquellas de los chinitos. Besos.
EliminarUn relato con mucha verdad en él , hay muchas Lolas que tendríamos que tenerlas en un altar , pq aparte de la labor que desempeñaban ayudando por unas pesetas tan bien eran parte de la familia .
ResponderEliminarUn abrazo y muy buen relato.
Muy buena historia. A veces, no siempre, la caridad es para calmar las conciencias, y esas personas ricas era lo que hacía, aunque seguro que no lo hacían por convicción de ayudar a esas personas.
ResponderEliminarLa hipocresía, que siempre está presente.
Un abrazo
Me ha gustado la historia encabezada por la frase de Eduardo Galeano.
ResponderEliminarBesos.
Hay una gran sensibilidad en la forma en la que nós narras esta historia, emotiva y reflexiva. Excelente la frase de Galeano con la que arrancas tu aporte juevero. Marca la diferencia. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarHa sido muy tierno leerte. Me pareció muy curiosa la imagen de las huchas que son como cabezas de negritos, y la frase con que empezaste fue todo un acierto; me la apunto.
ResponderEliminarUn abrazo
Arrncas fuerte con la frase que has elegido, como fuerte es toda la historia que nos cuentas.
ResponderEliminarBesos.
Me hubiese gustado conocer a Lola en persona, tan nítido es la imagen que creas con tu tierna historia que también tiene algo de terrible y seria. Un abrazo
ResponderEliminarAlgunas Lolas he conocido a lo largo de mi ya dilatada existencia. Fuertes, recias, bondadosas, solidarias. Yo recuerdo haber llevado la dichosa hucha de los chinitos.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Hola! Me encantó la frase con la que empezaste el relato. Preciosa historia que nos compartes.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Todo tu relato es un ejemplo magistral que ilustra la frase de Galeano.
ResponderEliminarParece que la solidaridad es más fácil practicarla cuanto menos tienes.
Un abrazo.
Duros pero bellos recuerdos. No recuerdo esas huchas ni a los chinitos... Recuerdo las colectas para el Domun(?) Inteligente reflexión a partir de los sentimientos y emoción que generan esas manos mendigando. Yo me siento mal cuando me piden, no puedo evitarlo... Culpa pq a veces no doy. Un abrazo
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