LA BOTICA DE DON ÁNGEL
Las pocas veces que atravesábamos la puerta, mi mirada se
clavaba en el bote de los caramelos, los colores vivos de unas golosinas las
cuales parecían desubicadas entre ungüentos, supositorios y pastillas. Los
dulces; caramelos y bolitas eran el premio deseado cuando no conocías su
finalidad, porque cuando la mano de don Ángel se extendía poniendo en mi
pequeña mano una de aquellas delicias para mí ya estaba claro que en los días siguientes vendría el practicante a casa con su sucesiva tanda de pinchazos.
Desde mi casa en la calle Ancha hasta la casa de mis abuelos
en la calle Troya era casi imprescindible pasar de refilón por la esquina de la
botica. Esta ocupaba la parte baja de una casa señorial ya que don Ángel aparte
de farmacéutico era el alcalde del pueblo y uno de los hombres más ricos.
Supongo que mi familia más dada desde siempre a los
tratamientos naturales, acudían a la botica solo cuando no había más remedio y
más teniendo en cuenta que los tintes franquistas de don Ángel, lo convertían en
el enemigo.
Para mí, pequeña diablilla que no se paraba ante nada don Ángel,
su familia y la botica eran uno de las pocas cosas que respetaba. Vamos que
nunca me hubiera atrevido a pelearme con ninguno de los dos tres hijos del farmacéutico,
entre otras cosas porque eran difíciles de ver. Raramente los dejaban salir de
casa y mucho menos jugar con los muchachos y muchachas del pueblo, durante la
semana permanecían internos en un colegio para niños ricos de la capital.
Uno de aquellos días de verano, en los que la chiquillería
jugaba cerca de la botica, me fijé que en el poyete de entrada de la casa rica estaba
sentado uno de los hijos del alcalde. En niño, vestido pulcramente con chaqueta
y corbata se mantenía al margen de los juegos infantiles y aunque los otros
niños, le invitaban y lo provocaban con sus juegos, él se mantenía inmóvil e impasible cosa que a mí con solo
siete años me produjo una gran pena.
Mi observación casi diaria del ir y venir de los ricos del
pueblo y de sus criados, me hacía sentirme feliz y contenta con la familia que
me había tocado. Poco me importaban las bicicletas relucientes o las muñecas
habladoras de esos niños que parecían sacar los juguetes como una forma de
ostentación ya que tenían prohibido jugar con los otros niños.
Y ahora cuando remuevo los recuerdos de aquella botica llena
de cosas extrañas, solo hay una imagen que aún me atrae por la intensidad de
sus colores: el gran bote de vidrio lleno de caramelos y bolitas.
La memoria es selectiva pero has conseguido llenarme de ternura.
ResponderEliminarFelicidades :)
La mayoría de las veces la memoria se queda con aquello que en un momento preciso de nuestra existencia era importante para nosotros...y justo en ése momento los caramelos eran lo mas importante...envidio aquellos tiempos sin mas preocupación...
ResponderEliminarUn besazo
Un relato muy tierno, lleno de remembranzas a los tiempos de la niñez. !Qué pena que los niños de Don Ángel no jugaran!.
ResponderEliminarBesos
Maravillosas descripciones. He paseado por esa calle y he visto claramente ese tarro de cristal.
ResponderEliminarUn abrazo.
El que escribe, solía tener frecuentes accesos de tos, con el fin de que me compraron caramelos de malvavisco en la farmacia de Palacios.
ResponderEliminarBesos.
Qué bien describes los detalles de aquella familia con las ventajas y las penas de los ricos. Y el bote de caramelos brilla con una luz misteriosa... Gracias por participar y un gran abrazo
ResponderEliminarMágica es imágen en la infancia. Bonito relato que nos trae lindos recuerdos a muchos.
ResponderEliminarUn saludo
La imagen de ese recuerdo es lo mejor de esa botica, el bote de caramelos ...,has dicho algo importante para ser feliz no se necesita dinero sino imaginación e ilusiones ..Un bonito relato repleto de ternura y lindos recuerdos ..Un abrazo Moli.
ResponderEliminarImpecable tu descripción del ambiente y los personajes, Moli, transportas al lector con facilidad hasta donde quieres. Un abrazo
ResponderEliminarMe llevaste contigo a aquellos recuerdos, tu memoria seleccionó el mejor de los recuerdos
ResponderEliminarAbrazo
Antes cuando las farmacias, como todo, estaban más humanizadas, esos tarros de caramelos eran frecuentes para regocijo de los niñxs que acompañaban a su madre a comprar medicinas, me imagino que era lago para atraerlos y empatizar con la figura del farmaceútico.
ResponderEliminarUn beso
Qué forma más tierna de vivir la historia, ese tacto humano, la ingenuidad...
ResponderEliminarY todo en un tarro de caramelos... mágico.
Preciosa historia con reminiscencias infantiles.
Un beso muy grande.
Interesante el aporte nostálgico a este jueves.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy dulce en tiempos horribles. Ese bote con caramelos, como una entelequias en tiempos de miseria y orfandades a porrillo.
ResponderEliminarMuy bueno, me ha encantado, la verdad. Un abrazo y feliz finde.
A mi los caramelos de farmacia no me gustaban de pequeña porque "picaban" a la lengua. Será que si pillaba alguno, era de menta y con poco azúcar. Así que yo no guardo grato recuerdo de esos caramelos.
ResponderEliminarY si, se solía dar que los farmacéuticos en aquella época fueran "afines" al régimen.
Bss.