ORÉGANO, SALVIA Y TOMILLO
La casa olía a orégano, era este el olor que se filtraba por
cada rincón. En la cesta de la entrada proliferaba la salvia fresca y el
tomillo en flor. Él tenía once años y ella nueve cuando se perdieron por el
camino de Can Balca, cuando oscureció él apago su miedo con un beso y ella dejo
de llorar, su incipiente amor quedo sellado con un ramo de orégano, salvia y
tomillo, lo mejor que se podía encontrar por los alrededores.
Diez años después
se casaban en la ermita de Sant Vicenç desheredados de tierra pues ni él era
hereu ni ella pubilla[i]
comenzaron su vida en común con escuálidas pertenencias y una gran dosis de
amor en una pequeña casa de pastores que les cedió un tío de ella.
Cada atardecer, se acercaban al camino de Can Balca y
mientras el sol se escondía juntaban sus labios como aquel primer día cual
promesa de amor eterno. Después vinieron los hijos; tres en tres años y la
necesidad de partir ya que la poca tierra que poseían no daba suficiente para
alimentar tantas bocas. Barcelona fue su destino en el barrio de Hostafranch, atrás
quedaron los atardeceres de Can Balca y hasta los besos fueron escatimándose
con el paso de los años, el trabajo duro de ambos los llevaba a cruzarse cual
fantasmas por el piso, a veces el amor y la supervivencia son difíciles de
compaginar pero ellos poco a poco lo consiguieron.
Cuando los hijos eran pequeños, casi cada verano hacían las
maletas y se escapaban a sus adoradas montañas. Cada atardecer, compartían con
los niños las vistas desde Can Balca, después los chicos crecieron y preferían quedarse
jugando con otros chicos del pueblo la mayoría veraneantes como ellos. Pasada
la adolescencia se acabaron los veranos entre montañas y los veraneos. Los
intereses de los hijos eran otros y ellos trabajaron aún con más tesón para
pagar estudios, y ayudar a los chicos en su emancipación. Después ya fue
posible rehacer la antigua casa y escaparse y cultivar un amor que siempre estuvo
allí, en los atardeceres de Can Balca y en los ramos de orégano, salvia y
tomillo que en su pequeña casa nunca faltaron.
Sus planes de instalarse definitivamente en la casa una vez
jubilados se fueron al traste por el cuidado de los nietos. Demasiadas horas de
trabajo las de los padres, muchos conciertos, conferencias, necesidad de estar
solos para mantenerse como parejas, pasaron a ser como una telaraña invisible
que unía la familia por ellos creada. Hasta que los años comenzaron a pesar y
la memoria de ella empezó a deshacerse cual nubes después de la tormenta. Fue
cuando los hijos les hablaron de un lugar ideal: una residencia para la tercera
edad, recién construida en su barrio.
No fue difícil volver, la mirada perdida de ella lo estaba
pidiendo a gritos. Por primera vez hizo oídos sordos y se olvidó de los hijos.
Ella era su mundo, su vida, su amor y ahora más que nunca necesitaban Can Balca.
Construyo un pequeño jardín a una vera del camino donde
entre flores resaltaba el orégano, la salvia y el tomillo. Coloco en uno de los
lados dos viejas sillas de plástico, la vida en la ciudad no los había hecho
especialmente ricos pero ¡les había robado tanto!
Y ahora cada atardecer se les ve caminar incluso en los días
de lluvia hacía su lugar en la vida. Saben que no les queda mucho, que falta
poco para que marchen para siempre, que de ellos solo quedaran dos viejas sillas de
plástico situadas en un lugar remoto entre el verde de Can Balca.
[i] La
tradición catalana otorgaba le herencia de las tierras y propiedades solo al
hijo mayor (el hereu) si en la familia no nacían varones, la herencia pasaba a
la hija mayor (la pubilla). Lo normal eran las uniones de hereu y pubilla con
el fin de agrandar el patrimonio. La suerte de los hermanos posteriores era la
de buscarse la vida o en el caso del segundo hijo hacer votos de sacerdote.
Un buen relato y un precioso recorrido por un vida , donde los olores siempre han estado presentes a naturaleza, Me ha gustado esa nota que dejas sobre la tradición catalana de la herencia ...tan bien se daba en muchos lugares de España. Creo que ya no .
ResponderEliminarUn abrazo y una linda semana.
Un rincón de amor y de recuerdos. No me extraña que quisieran regresar allí. Precioso relato. ¡Gracias, gracias!
ResponderEliminarBesotes
PD- El aroma de esas hiervas me llega hasta aquí
ResponderEliminarQue bonito relato, con los aromas que fortalecieron y dieron fuerza a ese amor, para seguir construyendo. No es para menos que quisieran volver donde el primer beso.
ResponderEliminarUn abrazo :)
¡Qué bonito! El último párrafo me ha emocionado. Muy acertada y real la historia. Precioso
ResponderEliminarUn abrazo
Esa tradición es muy peculiar de muchos lugares.
ResponderEliminarMe has atrapado en los olores de la memoria y por eso, te felicito por las letras.
Un beso enorme, Inma.
Envueltos en esos aromas tan conocidos en ambientes mediterráneos, nos cuentas una historia, por desgracia demasiado habitual.
ResponderEliminarAbrazos.
Una vida entera en pos de tres perfumes esnciales para sus sueños: orégano, salvia y tomilo. Muy bella historia. BEsos!!!
ResponderEliminarMe ha parecido una construcción de un paraíso a medida, cercano, para gozar de los nietos, de la paz, de la naturaleza.
ResponderEliminarMuy lindo post, la verdad, y tierno. Un abrazo.