OBRA FINALISTA CODIFIVA EN EL I CERTAMEN LITERARIO
EL COCODRILO O LA MAQUINA COMENIÑOS
Sesenta y dos años son demasiados
pensó y volando con la imaginación se trasladó a los seis. La casa grande de
estilo victoriano le abrió sus puertas y allí estaba él, en medio del salón
comedor jugando con los otros niños a escondidas de los padres.
--No salgas de casa—le repetían
cada día—no te juntes con nadie, ves con cuidado porque el cocodrilo puede
comerte ya que su hambre es insaciable.
El ruido terrible de las sirenas se
lo recordaba a cada instante, el estruendo salía de las ambulancias que las
veinticuatro horas del día se escuchaban por todo el barrio. En esos momentos,
Peter se escondía detrás del sofá y sudaba el calor estival tapado por una
sabana, mientras que diez chiquillos como el buscaban un lugar donde guarecerse
a lo largo y ancho de la enorme casa compartida.
Y es que los niños, niños son y no
siempre están dispuestos a seguir las órdenes de los mayores. Fue Mary la que
ideó el plan: cada día, cuando los padres hubieran marchado hacia el trabajo,
los pequeños se encontrarían en la sala grande para esparcirse.
Pero le tocó a Peter ya que según
su mama Dios siempre tiene un plan para cada uno de sus hijos. Pues maldito
plan, pensó el niño el día que se despertó de un largo sueño dentro de la boca
del cocodrilo, la temible máquina que se comía a los niños.
--Pero es que yo—confeso con
miedo—me encontraba con los otros para jugar…
La madre le quito importancia ya
que sabía de sobra que los niños, niños son y que gracias a aquella máquina,
Peter había logrado sobrevivir.
El capitán América era grande, muy
fuerte y podía con todo lo que le pusieran delante. Por lo que pudo saber Peter
a través de los comics, compartía con él, el hecho de haber estado dentro de un
cocodrilo. Sabía, que lo de estar en la máquina solo era cuestión de tiempo ya
que cada día ante sus ojos aparecían compañeros que habían logrado dejar atrás
al cocodrilo para siempre. Y es que resulta que aquella maquina a la que le
tenían terror, ayudaba a respirar a aquellos niños con quienes se había cebado
el maldito virus. Muchachos que cuando conseguían volver a andar, lo hacían con
las piernas cubiertas por un amasijo de hierros. Piernas de trapo les llamaban
a aquellas piernecitas tan delgadas que parecían a punto de romperse, eran las
inconfundibles piernas de los niños a quienes atacó el virus de la polio.
Peter estaba convencido de que le
ocurriría como al capitán América y que todos aquellos sueros y medicinas que
le pinchaban cada día estaban creándole huesos y músculos nuevos mucho más
fuertes que los que tenía anteriormente. Estaba seguro, de que primero
empezarían a renovarse los pulmones y que seguirían las piernas y los brazos para
acabar con un Peter nuevo. En su imaginación, veía a todos sus amigos
admirándolo ya que incluso sería capaz de volar como el capitán América,
también al igual que su ídolo llevaría una capa roja y sería capaz de eliminar
a aquel condenado virus para siempre.
A su cocodrilo, le habían
enganchado un espejo en el que se divertía haciendo las muecas más increíbles,
también con unas grandes pinzas aguantaban sus comics preferidos para que la
estancia en la maquina come niños no se le hiciera tan larga. Pero el tiempo
fue pasando y los cocodrilos de la sala se iban vaciando menos el de Peter. Un
día le dijeron que por fin una vacuna había logrado derrotar al enemigo y Peter
que acababa de cumplir los nueve años se alegró mucho aunque fue consciente de
que ya era demasiado tarde para él.
Otro día le dijeron que podría irse
a casa, para ello le regalaron el cocodrilo ya que lo necesitaba para que
empujara a sus pulmones a los cuales ayudaba a coger aire y expulsarlo. Ese día
Peter supo que la maquina ya sería por siempre su compañera inseparable.
Y fueron pasando los veranos
cálidos, los inviernos crudos y las primaveras floridas y aunque eran pocos los
momentos en los que podía separarse de la máquina, fue un estudiante constante
y exigente, pasó primaria, secundaria y llegó a la universidad donde se
licenció en Derecho con muy buenas notas. No perdió nunca la ilusión de
aprender dentro de la libertad que da tener la mente abierta a un mundo que a
veces solo te imaginas.
¡Sesenta y seis años ya!, dicen que
es el único superviviente de la polio que aún sobrevive en un pulmón de acero,
una maquina obsoleta a la que un voluntarioso ingeniero aún es capaz de
construirle piezas a medida para que no deje de funcionar. Durante años, ha
respirado tranquilo en un mundo donde la ciencia avanza dejando de lado casos
como el suyo. Es difícil que regresen los días de la polio hasta ahora….
Este nuevo virus, lo lleva a pensar
de nuevo en la vulnerabilidad humana. Ojea su antigua colección de comics; los
movimientos estratégicamente estudiados de su ídolo le dan una posible
respuesta. Hace tiempo que ha perdido el miedo: las pandemias se alimentan
sobre todo del temor y para Peter en este momento de su vida el miedo es
relativo.
Supongo que eres tú la autora .. y si no eres tú no importa.
ResponderEliminarEnhorabuena por tan humano y excelente relato .
Un abrazo.😄
Como siempre te sales y pones toda la carne en el asador de sentimientos. Un relato que no olvida a esos niños que sufrieron la polio. Me alegro que hayas obtenido ese premio bien merecido y muchos más tendrías si te lo propones eres una luchadora nata. Un abrazo con todo mi cariño.
ResponderEliminarFelicidades Inma! no es fácil obtener un reconocimiento literario y tú lo has logrado! Enhorabuena!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y espero sigan los éxitos!
=)
Un premio literario importante, pero el verdadero premio y el más merecido es el de tu indomable voluntad de doblegar el infortunio y hacer bella literatura de tu sufrimiento.
ResponderEliminarBesos.
Mi más sincera enhorabuena, Inma.
ResponderEliminarDisfrútalo y un beso enorme.