--Y ya
lo saben, no se les ocurra salir de casa---la voz de María Elena se filtra por
el pasillo.
--Que
si mami – responde Héctor.
--Y
usted que es el mayor, cuide bien de su hermanito.
--Si
mama—responden los dos al unísono.
Es una especie de juego con el que pretenden
tomar el pelo a su mama, esa batalla constante entre hermanos. María Elena los escucha mientras cierra la puerta tras de sí. No sabe si fiarse de su hijo
mayor, recuerda que uno de los vecinos comentó que durante el día había visto
niños pequeños jugando con monopatines en el parquing. Se lo dijo así de sopetón, cuando
ella regresaba de la compra, es esa mala fama de padres descuidados que precede a los hondureños, bueno
y a todos los que como ella llegaron de fuera.
Pero María Elena controla a sus hijos y en lo que llevan de confinamiento no les
quita los ojos de encima, tiene suerte de trabajar durante la noche, como su horario de limpiadora en la clínica es de ocho de la tarde hasta las
cuatro de la madrugada, gran parte del tiempo que ella está afuera sus hijos lo pasan durmiendo. Ademas su Héctor ya es mayor y a sus catorce años un niño muy responsable. No sabe avenirse de todo lo que ha crecido en poco tiempo, atrás quedan los años
en los que tuvo que dejarlo con la abuela en El Triunfo cerca de la frontera nicaragüense.
Cuando consiguió traérselo, María Elena había rehecho su vida con un hombre
bueno, algo mayor que ella, aunque eso le importaba poco y tenían un niñito de
un año catalán de pura cepa.
Los
últimos acontecimientos estaban desbordando a los centros geriátricos de la
población, motivo por el que Miquel padre decidió junto a los propietarios y
compañeros de la residencia en la que trabajaba a confinarse con los ancianos.
Fue la única forma de garantizar la vida de estos, quince días sin volver a casa,
quince días en las que solo vería a su mujer y a sus hijos tras la pequeña
pantalla de su móvil.
--¿Ya
se fue? —el pequeño Miquel espera expectante a que se cierre la puerta.
-- ¿Qué
fue lo que yo le dije? —la pregunta de Miquel tiene por respuesta otra
pregunta.
--Em
vas dir….bueno me dijiste que tiene que hacerse oscuro…
--Y
ahora, mire por la ventana ¿Qué no ve que aún hay sol? ---cuando Miquel abre la
ventada un estruendo de aplausos llena la estancia.
--Es
veritat que aún están aplaudiendo—Miquel que aún no ha cumplido los siete años
vive a remolque entre dos lenguas: el castellano de Honduras y el catalán.
Todo empezó
una semana después del confinamiento, Héctor quien a diferencia de su hermano
pequeño era un chico muy tranquilo, fue consciente que el límite de movimientos
de Miquel en aquel piso de 60 metros cuadrados no le sentaba nada bien.
Mientras mama estaba en casa, la cosa era más llevadera, María Elena tenía una
paciencia infinita y se dedicaba horas a jugar con el pequeño, lo que costaba
más era hacer que se centrara con los deberes, pero aún y así durante el día
todo era más llevadero. Lo que Héctor llevaba peor eran las noches, justo hacía
dos noches que se quedaban solos, antes papa regresaba del trabajo como muy
tarde a las diez, pero ahora tenía que estar con los ancianos noche y día.
Empezaron
a salir después de una de las pataletas de su hermano, total nadie se enteraría,
cogieron sus patinetes y bajaron en el ascensor directamente hacía el parquinq y
una vez en él, corrieron cual desesperados. En ese momento Héctor fue
consciente de que aquel peso que hacía días apretaba su pecho dejaba de
existir.
Se escabullían
entre los coches aparcados con sumo cuidado no fueran a romper alguna cosa o a
rallarlos, aprendieron a afinar los oídos y en cuanto escuchaban el grujir de la
puerta de entrada exterior se escondían en algún recodo o en medio de los
coches, nadie podo verlos. De eso Héctor estaba convencido, pero aun así…
--¿Ustedes
no estarán corriendo por el parquinq con sus patinetes? – la voz de mama era
inquisitiva.
--Que
no mama ¿Cómo quiere que yo...? --- le respondió con un aplomo inusual en el
clavando los ojos en Miquel quien en aquel momento estaba ajeno a todo jugando
con la tablet.
--Es lo
que yo le dije al vecino de arriba que me increpó—continuó su mama—él hablaba
de chicos que jugaban durante el día, debe haber algún vecinito que no se porta nada bien…
Y ahí
quedó la conversación, pero Héctor fue consciente de que se habían acabado las
carreras nocturnas con los patinetes. Lo más difícil fue hacérselo a entender a
Miquel, dos días de pataletas, peleas y berrinches le llevaron a una
determinación: seguirían bajando de noche al parquing, pero jugarían a otros
juegos.
--Tu
solo tienes que seguir paso a paso las instrucciones del plano--Héctor se sentía
emocionado mientras miraba la cara radiante de su hermano. De hecho, no sabía
que le daba más satisfacción. Si la preparación meticulosa del lugar o el ver
la cara de emoción de Miquel cuando por fin encontraba el ansiado tesoro.
Durante
el día, con la excusa de ir a tirar la basura o bajar a comprar alguna cosa que
faltara en casa, aprovechaba para introducirse en el parquing y colocar en algún
lugar no muy visible el ansiado tesoro. Este estaba compuesto a veces por
algunas chuches, otras por juguetes que se habían mantenido durante años en el
trastero y que Miquel ni recordaba.
En las
horas tranquilas en las que Miquel se adormecía junto a María Elena, Héctor
elaboraba un mapa utilizando para ello toda una gama de colores, tenía que
hacerlo a conciencia teniendo en cuenta la dislexia de su hermano. Después
escondía el mapa debajo de la almohada de Miquel, quien cada atardecer, en
cuanto escuchaba cerrarse la puerta salía escopeteado en busca del mapa.
Hoy
Héctor ha estado nervioso, ayer cuando estaban en plena búsqueda se dieron de
bruces con la vecina del segundo quinta, una señora que camina de forma muy
rara. Cuando los vio, les sonrió y les dijo:
- --- Ir con cuidado.
Héctor
no cree que le diga nada a mama, pero nunca se sabe…Piensa en la gran cantidad
de libros que ha leído y que por este motivo entre sus amigos tiene fama de bicho raro. Sonríe pensando en como uno de sus libros preferidos: La isla del tesoro de de R.L. Stevenson le dio una idea que ahora hace feliz a su hermano y a el...
Un "bicho raro" que es capaz de hacer feliz a los que les rodean gracias a su afición a la lectura.
ResponderEliminarBrillante relato.
Besos.
Que tierna historia, ese amor tan lindo el del hermano mayor hacia ese pequeño travieso e inquieto ,a pesar de saber que no debe bajar a la calle , se la juega cada noche por hacer feliz a su hermano menor ..Un historia que bien podría ser real ..Un abrazo y como siempre muy bonito .
ResponderEliminarSiempre pienso en lo difícil que debe ser mantener confinados a un par de éstos en un departamento chico. No todos tienen la suerte de tener un patio o una terraza, por lo menos.
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