7-LA LOCA DE LOS GATOS RUBIOS
Aquel día estaban todos concentrados,
a Teresa le pareció que la estaban esperando, todos rossos[i]
de pelaje. De ocho a diez gatos aparecían ante ella según el día. No recordaba
que antes le hubieran gustado los gatos, si más no le eran indiferentes. Los
perros eran otra cosa, hacían más compañía y eran más obedientes.
De todas formas, tampoco
estaba muy segura de las cosas que le gustaban, desde que cuarenta años atrás se
casó con Paco había ido renunciando a un sinfín de cosas. No es que fueran muy
diferentes, o al menos eso era lo que le parecía a ella, una vez casados dejaron
su pueblo de Extremadura atrás y se instalaron en Banyoles. En esta población
encontraron trabajo y nació Laura su única hija.
Junto a las bolsas de
basura mantenía escondida una pequeña bolsa con comida para gatos, también llevaba
alguna bandeja de plástico por si no encontraba las anteriores. Los fue
llamando a cada uno por su nombre, nombres que en los casi dos años que llevaba junto a
las otras voluntarias habían elegido al azar. El grupo de gatos de los que
Teresa se hacía cargo eran bastante sociables, nada que ver con los de otras
colonias de la población.
Salía a escondidas a
pesar de saber que en este caso y a pesar del confinamiento, las leyes la amparaban.
Era una más de las voluntarias que se hacían cargo de los gatos de la calle y
el Real Decreto sobre el Estado de Alarma había sido bastante benévolo con los
animales. Salía a escondidas porque si Paco se enteraba se la iba a liar y
Teresa ya tenía bastante con estar escuchando los exabruptos de su marido hacía
cualquiera que no cumpliera las normas, tal y como él creía que se habían de
cumplir.
Teresa fue consciente del
sinsentido de su vida justo al día siguiente de su jubilación. Su vida social
se limitaba a sus relaciones con las compañeras de trabajo, la salida a alguna
comida de empresa y poco más. No era una persona muy abierta ni con alguna
ambición que fuera más allá. Laura, su hija, hacía años que se había emancipado y que vivía
en Barcelona teniendo otra mujer por compañera. De este hecho, del de las
tendencias sexuales de su hija estaba prohibido hablar en casa, era terreno
prohibido, como muchas otras cosas en su matrimonio. Este era el motivo por el
que se veía obligada a llamarla por el móvil a escondidas y a que hubiera estado unos
tres años sin verla.
Pero los gatos lo
cambiaron todo. Antes de que se apoderara de ella aquella inmensa oscuridad de
las mañanas, se decidió a hacer lo que hacían la mayoría de sus compañeras de
trabajo ya jubiladas: dar la vuelta a l’estany de Banyoles el deporte por excelencia
de la mayoría de los banyolines.
Empezó a ir sola porque
no le interesaban las conversaciones de sus antiguas compañeras, ella era una
persona reservada a quien no le gustaba estar al tanto de la vida de nadie. Fue
unas semanas después de iniciar sus paseos que se encontró con dos preciosos
gatos amarillos y fue a partir de ahí que cada día les llevaba algunas cosas
para comer. Así se los hizo suyos; a esos dos y a unos cuantos más.
Con las voluntarias, dos
chicas jóvenes, se encontró en una mañana de invierno cuando costaba algo más
que salieran de sus escondrijos.
--Así ¿eres tú? —le dijeron
-- ¿Yo que? —pregunto algo
atemorizada, pensando que estaba haciendo algo prohibido.
--No, no pasa nada—le respondió la que llevaba el cabello corto—más que nada es que desde la asociación
intentamos trabajar de forma coordinada, así no se dan tantas quejas de los
vecinos.
Ese mismo día se informó
de todo lo que tenía que hacer para colaborar como voluntaria en el cuidado de
los gatos que vivían en la calle, asistió a alguna charla en la que se le dieron
diferentes conocimientos en cuanto a temas de salud, de alimentación, la
importancia de las esterilizaciones. Nunca imagino que la vida de los gatos
fuera tan interesante y tan llena de riqueza. En esos días Paco, que parecía estar al tanto de todo empezó a tratarla
con sarcasmo:
--No me digas que te has convertido
en una loca de los gatos, vamos que ni se te ocurra traerte alguno de esos bichos al piso…
Y Teresa que se moría de
ganas de ir más allá, sobre todo cuando aparecía algún gato abandonado que
hasta ese momento había vivido con una familia, o cuando alguna gata
descontrolada había parido un gran número de pequeños. Eran esos días en los
que lo llenaban todo de avisos pidiendo manos, cuando necesitaban urgentemente
personas adoptantes o de acogida. Y Teresa tenía sitio de sobra en su piso de cuatro habitaciones con terraza y unas ganas inmensas, pero estaba Paco...
En los dos años que llevaba como voluntaria, se le
había abierto un nuevo mundo al margen de su cada vez más insoportable vida con
Paco. Había sido capaz de desplazarse a escondidas de su marido a Barcelona a
ver a Laura y a la compañera de esta. Este hecho, estrechó las relaciones madre
e hija, las cuales hicieron el pacto de encontrarse cada quince días; unas
veces en Barcelona y otras en Girona. Total, con el AVE era un plis plas, pero
el confinamiento pareció cambiarlo todo. Ahora su relación se mantenía a través
de la pantalla del móvil y a escondidas de su marido.
Ponía como excusa el ir a
tirar la basura porque Paco ya se lo había dejado clarito:
--Ahora ni se te ocurra
acercarte a los gatos, porque como te encierren en la cárcel yo no pienso mover
ni un dedo…
Ese día había quedado con
Sonia, otra voluntaria jubilada pero que a diferencia de ella podía hacer de
voluntaria acogedora. Aprovechando que llevaban comida a los gatos rubios iban
a encontrarse con un periodista interesado en el trabajo de las voluntarias
durante el confinamiento.
El sonido de una ambulancia rompió el silencio matinal,era algo que pasaba bastante en los últimos días. En voz
baja como siempre solía hacer pidió suerte a un Dios en el que aún creía.
--Anda que los
periodistas siempre tan puntuales---dijo Sonia—y tu ¿ya has pensado en lo que
hablamos el otro día?
Teresa asintió, cada día
más convencida de tomar la decisión correcta.
---Pero ¿será que si o
que no?
--Más bien que si creo—dijo
con la cara radiante—vamos si aún mantienes la oferta…
--Mira que eres tonta—dijo
Sonia sonriente.
--Perdonar el retraso—un periodista
de cabeza rapada y cuerpo dinámico rompió el halo de sonrisas cómplices—es que
ha pasado algo a l’estany, han encontrado a una mujer muerta.
Nunca antes de estos
días, Teresa había sido tan consciente de la vulnerabilidad humana. De la
levedad y futileza de la vida la cual pasaba en un sin sentir, y no pudo evitar el pensar
en su futuro y en la promesa que el día que empezó todo esto del COVID se había
hecho a si misma. Y es que en cuanto finalice el estado de alarma, Teresa hará sus maletas
y se irá a compartir piso con Sonia, por fin podrá convivir con sus adorados gatos y
seguro que alguno de ellos será rubio.
Este estado de alarma nos esta enseñando a priorizar nuestras vidas y seguro que Teresa hará lo correcto, la vida se vive una vez y cuando se tiene una edad hay que pensar que los días que nos queden deben ser felices o al menos intentarlo, y ella esta claro que Paco no es su felicidad ..
ResponderEliminarUn abrazo y un besote grande.