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jueves, 27 de octubre de 2022

LA ELECCIÓN

 LA ELECCIÓN



No supo porqué decidió arriesgarse, puede que fuera por ese desfile continuo de personas afectadas en su día por el polio virus, las cuales desesperadas ante nuevas limitaciones, a las que nadie les daba nombre, recurrían a él el único médico rehabilitador dispuesto a atenderlos y abierto a explicar, pero sobre todo a escuchar...

Fue así como el doctor P decidió a escondidas de sus superiores y fuera de su horario habitual, estudiar a fondo el tema de la muerte de los axones de unas neuromotoras ya saturados y que habían realizado un duro trabajo de sustitución de las miles de neuromotoras muertas en el ataque inicial del polio virus. 

Veía la desesperación de unos pacientes, que habían crecido con la premisa de luchar, contra viento y marea. Unos niños que en la mayoría de los casos, habían pasado su infancia entre hospitales y rehabilitación sufriendo operaciones duras y dolorosas. Adolescencias doradas que se comían el mundo y que en algunos casos dejaron atrás bastones y bitutores y empujaron la vida con el afán de cumplir sus sueños. Adultos que trabajaron duro, que compitieron en juegos paraolimpicos, que abrieron la puerta de la lucha por los derechos de las personas con discapacidad. Y es que fueron tantos que en el caso de la poliomielitis fue imposible mantenerlos escondidos en sus casas. Tal y como se había hecho hasta entonces con aquellos que tenían cuerpo o mente no normativos a causa de una discapacidad...

Finales de los 50 o principios de los 60, años de polio en España. Hospital de San Rafael Barcelona...El doctor P trabaja a la desesperada, cientos de niños afectados por la poliomielitis han pasado por sus manos, la muerte está en la orden del día. Con solo dos pulmones de acero no le queda otra que jugar a ser Dios. Solo serán seis los niños privilegiados que se irán turnando de forma equitativa para ir respirando. Las máquinas, donadas por padres pudientes cuyos hijos lograron superar el ataque inicial, trabajan a destajo y los médicos hacen un esfuerzo titánico para que puedan sobrevivir niños desahuciados. La elección, se hacía en función del orden de llegada, el séptimo no contaba con la suerte que se supone le otorga ese número. La muerte por falta de aire fue parte de la norma. El doctor P, como muchos de sus compañeros, vivía la vorágine del momento, llegando cada día a casa derrotado y hundido.

Aquella semana, entre los nuevos privilegiados para el uso discontinuo de los dos pulmones de acero se encontraba la hija de un general del ejército del aire. La niña se sobrepuso rápido al ataque inicial y fue cuando se tomó la decisión de sacarla del pulmón e ingresarla en otra sala.

Los gritos no se hicieron esperar:

- ¿Quien ha dado la orden de semejante desacierto? - gritaba el general con los ojos desorbitados.

El doctor P dió un paso adelante e intentó explicar a aquel padre, de la misma forma en que lo había hecho con otros. Que lo peor ya estaba superado y que había otros niños esperando...

- ¿Sabe usted quién soy yo? 

El doctor P asintió.

-Pues mire usted, mi hija se quedará en esa máquina hasta que a mí me salga de los huevos. Y para mí el resto ya pueden morirse...

El doctor P vio que no tenía sentido discutir ante semejante energúmeno. En su cabeza solo existían las cifras, cifras de vidas que podían salvarse. Corrió, cogió el teléfono y llamó al director del hospital. 

-Pero oiga-- fue la respuesta-- ¿Usted tiene claro de quién está hablando? Mire yo haré como que no lo he escuchado. Por mí está conversación no ha existido...

Al día siguiente el doctor P dejó su dimisión en la mesa del director. A partir de ese día de impotencia, ejerció como médico de familia lejos de los hospitales. Los casos de polio los veía de pasada y la desesperación de los dos pulmones de acero quedó dentro de sus peores pesadillas. Tenía una familia que mantener y proteger, vivía en un país con un régimen dictatorial donde pesaban más las decisiones de los militares que las de un simple médico residente. No volvió a hablar de la polio dejándola atrás, hasta que un día...

El doctor P hijo trabaja como médico rehabilitador en uno de los mejores hospitales de Cataluña dedicado a tetraplegicos y grandes afectados por accidentes. Es una pieza importante del engranaje y cuenta con la total confianza del director y el gerente. Pero el doctor P hijo tiene un pequeño vicio y es su afán por estudiar y tratar a los afectados por un virus ya inesistente y que presentan nuevos cuadros incapacitantes: pérdida de fuerza en miembros sin secuelas, agotamiento físico, intolerancia al frío, insomnio, piernas inquietas, problemas de deglución, problemas respiratorios... Parece una nueva poliomielitis que se ceba con los que ya la sufrieron, pero él sabe que no. Que los años, el sobreesfuerzo, la sobre exigencia... Son partes importantes en el desarrollo del Síndrome Post Polio... También sabe de la peregrinación desesperada de estos pacientes los cuales son tratados como víctimas de efectos psicológicos extraños y tan imaginativos como para creerse víctimas de una nueva enfermedad...

El doctor P hijo, decide tratarlos en su consulta en el hospital  en sus horas libres de la tarde. Lo hace a escondidas sabiendo  a lo que se expone, pero hay algo que le dice que tiene que hacerlo. El doctor P hijo ha sabido ver el sufrimiento y la desesperación en esas personas a quienes una vida de lucha les ha ofrecido el premio de nuevos síntomas incapacitantes.

El día que lo llama el director a su despacho, el doctor P hijo, sabe que es el final de su carrera. Pero por el contrario se lleva una gran sorpresa.

-- Mira-- le dice el director-- te voy a dar una noticia que te va alegrar. Nos han concedido el área de atención y tratamiento para los afectados por poliomielitis y Síndrome Postpolio y seremos su centro de referencia... Así que ya puedes ponerte manos a la obra porque tú serás el responsable.

Aquel día el doctor P hijo no supo si reír o llorar y es que no hacía apenas una semana que había coincidido con un antiguo compañero de su padre quien le contó la triste historia de los pulmones de acero y de la hija del general.

Están sentados juntos, mientras el día declina. Padre e hijo quienes a lo largo de su vida han tenido diferentes encuentros y desencuentros. Al primero le queda ya poco por vivir, el segundo está lleno de nuevas ilusiones.

--Hijo-- dice el doctor P padre--  me he enterado que tratas a los afectados por la polio.

El doctor P hijo asiente, el padre aprieta su mano como muestra de conformidad. No necesitan más, el padre logra dejar atrás parte de sus pesadillas, la vida, una vez más la vida y el devenir de esta, parece que  ha colocado las cosas en su sitio.


* Basado en mi última conversación con Enric Portell, médico rehabilitador en el Instituto Guttman de Barcelona, mi médico referente en  Síndrome Postpolio y a quien tanto tengo que agradecerle.

2 comentarios:

  1. Gracias por esta publicación que me encargaré de hacer circular. Abrazos.

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  2. Es muy importante su difusión, como paciente del síndrome es mi derecho, salud

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